domingo, 23 de octubre de 2011

CUENTO DE OTOÑO

Tengo un cuento de otoño, cuando el sol brillaba en un azul limpio, como sólo pueden ser los cielos extremeños en otoño; cuando el sabor de las mandarinas y los membrillos se mezclaban con el olor a hierbabuena, en el rincón de tío Andrés.
El sol  traspasaba el jersey y hacía remangarse para sentir en los brazos una pizca de airecino fresco, en contraste con el sol del mediodía. La hierbabuena salía entre los royos y al pisarla nos respondía con un aroma fresco inconfundible. La ropa estaba tendida en las cuerdas, secándose, después de haber estado un rato descomiéndose al sol. El aire la movía y a nosotros nos gustaba jugar entre ella, escondiéndonos y riendo.
¡Qué buenas estaban las mandarinas! La boca agradecía aquel zumo jugoso y fresco.
De pronto, las campanas del reloj de la torre tocaban las dos y corríamos cada uno a nuestra casa para comer y la hierbabuena volvía a oler intensamente.
Al entrar en la cocina, el olor a cocido lo invadía todo y encima de la mesa estaban las castañas pilongas, en remojo, para cocerlas con leche y canela, para postre.
Comíamos en un periquete y sin otras obligaciones, corríamos otra vez, al rincón de tío Andrés hasta la hora de volver a la escuela.
Un grillo, desprevenido, cantó y descubrió su grillera, corrimos a buscar agua en un bote para echarla dentro del agujero y hacerle salir de su guarida. ¡Era un grillo real! Con sus manchas amarillas brillando al sol. Se asustó al vernos y una mano rápida colocó el bote encima del grillo y con un giro brusco, lo tapó con la otra mano para que no se escapara del bote.
- ¡Ya lo tengo! gritó una voz nerviosa.
- ¡A ver! dijimos todos.
El grillo, asustado, estaba en el fondo del bote. Le echamos trébol para que comiera y pusimos una piedra encima del bote para que no se escapara. ¡Qué negro más brillante tenía el grillo!
Todos esperábamos oirle cantar otra vez, pero estaba muy asustado dentro del bote.
Hicimos una tapadera de pael con unos agujeros para que respirara. Cuando volvimos de la escuela, el bote estaba vacío, el grillo había roto el papel y se había escapado por un agujero. ¡Qué frustración sentimos todos! Pensábamos comprar una grillera para oirle cantar y darle de comer a diario.
Aquel otoño ya no hubo más grillos en el llano, vimos algún que otro langosto, pero no se dejaron coger.

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